La mentalidad tradicional

06/May/2011

El País Cultural, Daniel Mella

La mentalidad tradicional

EINSTEIN, LA BOMBA ATÓMICA Y LOS MILITARES 6-5-2011
Daniel Mella
ALBERT EINSTEIN publicó varias cartas y artículos en la revista The Bulletin of the Atomic Scientists, principal foro de debate acerca de las armas de destrucción masiva en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Bajo la consigna de que el potencial destructivo generado por los avances tecnológicos hace imperiosa la necesidad de medidas revolucionarias, Einstein aboga en estos escritos por un organismo supranacional que tenga control sobre dichas armas, un gobierno mundial comandado por gente con la suficiente fuerza moral para desbaratar la mentalidad creada por la guerra, que anule la anarquía prevalente entre las naciones y tenga el derecho y la obligación de solucionar todos los conflictos que usualmente desembocan en violencia. Arenga a intelectuales, científicos y políticos del mundo entero, especialmente a rusos y norteamericanos, a dejar de lado sus arraigadas tradiciones nacionales y actuar sin demora en ese sentido, antes de que sea demasiado tarde y ese gobierno global deba erigirse sobre las ruinas del mundo que conocemos.
Einstein insiste en que no hay nada más importante que tomar conciencia de que estamos al borde del exterminio, y se pregunta una y otra vez por qué no terminamos de aceptar la profunda responsabilidad histórica de optar por un futuro de progreso constante, lleno de felicidad, conocimiento y sabiduría, en lugar de resignarnos a la inercia que desembocará irremediablemente en la muerte universal. Se pregunta cómo pueden las naciones ser tan ciegas y rehusarse a cooperar cuando es evidente que una tercera guerra, si es que alguien la gana, acabará en un gobierno mundial establecido por el vencedor, respaldado por el poder militar del vencedor y, por tanto, permanentemente conservado sólo mediante la militarización perpetua de la raza humana.
la guerra y la paz. En un discurso en el Hotel Astor de Nueva York, en diciembre de 1945, Einstein dice que se ha ganado la guerra pero no la paz. Que los acuerdos de paz dividen ahora a las potencias que supieron unirse en la lucha. Que se le prometió al mundo que quedaría libre de miedo pero desde el fin de la guerra el miedo no ha hecho más que aumentar, así como se prometió un mundo libre de escasez pero grandes zonas del planeta continúan viviendo en la hambruna mientras otras nadan en la abundancia. Einstein protesta contra el hecho de que a la promesa de libertad y justicia para las naciones haya seguido el triste espectáculo de ejércitos de liberación disparando sobre poblaciones que desean su independencia e igualdad social; ejércitos de liberación que respaldan en esos países, por la fuerza de las armas, a los partidos y las personalidades más apropiados para servir sus propios intereses.
Einstein no se hace la ilusión de que lo que diga vaya a aumentar los conocimientos o modificar la conducta de la gente pero habla convencido de que en períodos de inseguridad tan grande, la mera confesión de las convicciones personales puede ser significativa y servir de impulso para las medidas revolucionarias que deben ser tomadas con urgencia, incluso aunque éstas convicciones no puedan demostrarse mediante la deducción lógica. Einstein se pregunta cuál debe ser la postura del hombre de ciencia actual como miembro de la sociedad. El científico se siente orgulloso de que su trabajo haya contribuido a cambiar de forma radical la vida económica de las personas, aliviándolas en gran parte del trabajo corporal, y a la vez está afligido por haber contribuido en la creación de una amenaza tan temible para la humanidad. El científico es consciente de que los métodos tecnológicos han llevado a la concentración del poder económico y político en manos de minorías moralmente ciegas que dominan a ingentes cantidades de personas que se presentan cada vez más amorfas. El destino del científico, entonces, sólo puede ser denominado trágico, porque mediante sus propios esfuerzos ha mecanizado las herramientas que han terminado por convertirlo en un esclavo que acepta como ineludible la labor degradante de colaborar en el perfeccionamiento de medios para la destrucción masiva de la humanidad.
La salvación posible. Einstein se pregunta si es verdad que el hombre de ciencia no tiene escapatoria, si han desaparecido para siempre los tiempos en que, motivado por su libertad interior y la independencia de su pensamiento y su trabajo, tuvo oportunidad de enriquecer e iluminar las vidas de sus congéneres. Se responde a sí mismo que mientras que una persona inherentemente libre y escrupulosa puede ser destruida, un individuo así no puede ser esclavizado ni utilizado como herramienta. Y agrega que si el hombre de ciencia pudiera encontrar el tiempo y el valor necesarios para pensar con honestidad y espíritu crítico en su situación, y si actuara en consecuencia, las posibilidades de hallar una solución sensata aumentarían considerablemente. Su sentido del deber lo haría pronunciar su certeza de que la destrucción universal es inevitable puesto que el desarrollo histórico ha derivado en la concentración de todo el poder económico, político y militar en las manos de estados nacionales. Y por eso, la única manera en que la humanidad podrá salvarse es mediante la creación de un sistema supranacional, basado en la legalidad, que elimine para siempre los métodos de fuerza bruta. Dicho sistema debería ser creado mediante acuerdos y mediante la fuerza de persuasión, y su carácter no debería apelar solamente a la razón, ya que esto no bastaría para que tuviese éxito. Debe ser capaz de inspirar emociones religiosas, de congregar tras de sí la fuerza y el fervor de una religión. Fervor -según Einstein- palpable en los estados socialistas del este, que si no funcionan como deberían es porque confunden al socialismo con una solución en sí misma, cuando el socialismo es nada más que el marco donde mejor pueden desarrollarse estrategias para encontrarle solución a los problemas básicos de la gente.
Einstein no dice que su idea de un gobierno supranacional que garantice la paz entre las naciones es una versión de lo que han venido anhelando y profetizando con celo extraordinario, desde una fecha imposible de precisar, ciertos sectores judíos, islámicos y prácticamente todo el cuerpo cristiano: el advenimiento de un reino que suceda a las estructuras viejas y contaminadas y que abarque el planeta entero. El advenimiento ocurrirá luego de un gran cataclismo o traerá aparejada una devastación que será como un juicio, un modo de separar la cizaña del trigo, y el reinado del mesías será sólamente sobre los justos, mientras que los impíos sufrirán en el exilio. Einstein preferiría ahorrarle este episodio a la historia de la humanidad. Preferiría adelantarse a la profecía y concretar ese reino mediante recursos puramente humanos para que pueda abarcar tanto a justos como a pecadores del mundo entero. Lo que no queda claro es cómo hará el individuo independiente y escrupuloso, que según Einstein es el único capaz de desempeñarse con libertad, para sobrevivir dentro de un organismo masivo de control que seguramente repetirá las características de las naciones que le dieron origen. Lo que sí queda claro es que todo anhelo absoluto, aun cuando su objeto sea algo tan noble como la paz, inevitablemente engendrará en la imaginación criaturas totalitarias, y que pensar la paz dentro de los marcos tradicionales es imposible.
LA MENTALIDAD MILITAR, de Albert Einstein. Ediciones Alpha Decay. Barcelona, 59 págs. Distribuye Aletea.